miércoles, 15 de julio de 2009

Informe Luis beltran prieto figueroa

REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADOR
INSTITUTO PEDAGÓGICO DE BARQUISIMETO
PROGRAMA DE EDUCACIÓN PREESCOLAR











Informe de Luis Beltrán Prieto Figueroa.



Alumnas:
Bueno María.
Canelón Ibeth.
Colmenárez Mariel.
Gonzáles Ydania.
Quiroz Mariajosé.
Torrellas Vian
Cátedra: Sistema Educativo
Bolivariano
Sección:
7PE05

Barquisimeto, Julio 2009.

INTRODUCCIÓN
Apenas se ha celebrado el centenario del natalicio de Luis Beltrán Prieto Figueroa (1902-1993), uno de los intelectuales más ilustres de la Venezuela del siglo XX. Poco se ha hecho para conmemorar esta fecha, actitud que, a mi parecer, obedece a que sus letras aún impugnan a los responsables del olvido que sufrió el pueblo por parte de sus gobernantes durante el siglo que le tocó vivir. Maestro, político y poeta dibuja en su obra la miseria social y cultural de la Venezuela gomecista y la indolencia de los dirigentes que junto con él lucharon por la instauración y consolidación de la democracia, pero que luego se pusieron al servicio de los intereses de los poderosos.
Autor de una extensa obra1, hace de la educación el prisma que le permite analizar los más variados tópicos de nuestra realidad. Teniendo al hombre como el centro de su reflexión procura abordar la poesía, la política, la libertad, los derechos humanos, las ideologías, entre otros aspectos, con el sólo propósito de servirle al pueblo. Su proyecto social descansa sobre una educación como eje fundamental para la construcción de una verdadera democracia, educación que supere las mezquinas barreras entre las castas y el pueblo. Se trata de edificar una sociedad justa, desde una escuela abierta a todos, que ponga el acento en el reconocimiento de todos los ciudadanos como miembros dignos de una nación.
Impregnado por el ideal de ilustres hombres americanos, levantó la bandera pedagógica de Simón Rodríguez, procurando educar para las grandes exigencias técnicas y científicas que los nuevos tiempos nos imponen, sin desmedro de la solidaridad y el compromiso con los débiles de la tierra. Igualmente acogió el ideal bolivariano, imaginando una América unida que fuese capaz de frenar el vasallaje cultural y económico, de aquellas naciones que se erigen como gendarmes de la humanidad.
Lo que a continuación se escribe sobre el maestro Prieto, tiene el propósito de rendirle homenaje a una figura ejemplar de la intelectualidad venezolana del siglo XX, que sin lugar a dudas aún tiene mucho que decir.


EL ORIGEN DE TODA REFLEXIÓN: LO HUMANO
Hoy el humanismo es un concepto arqueológico, un montón de ruinas venerables, pero ruinas al fin, de las cuales no puede esperarse utilidad alguna. Pareciera una tendencia perdida en el tiempo, de la que sólo recordamos su hazaña de haber socavado las bases de la Edad Media. Por su lado el humanista pareciera relegado por el éxito económico y propagandístico de otras ocupaciones y actitudes, se nos presenta más solitario y lejano que nunca, inmerso en teorías que nadie entiende, alimentando antigüedades y recreando personajes e ideas sin aplicaciones prácticas.
Todo pretende orientar hacia el imperio de lo material, donde lo espiritual y lo humano nada importan. Donde el mercado impone las reglas del juego para que se haga efectiva la acumulación de abundante riqueza y se compita escarnecidamente por sobrevivir, sin importar que en el intento destruyamos a toda la humanidad.
Hoy asistimos a la destrucción de la naturaleza, a la condenación de pueblos y naciones enteros a la miseria, a la amenaza apocalíptica de la guerra nuclear y al discurso occidental de que todo se ha hecho en nombre de la humanidad, en nombre del amor al prójimo y de la libertad. Nos enfrentamos a un modelo de sociedad que no ofrece alternativas para el futuro, que pretende ser solución a los problemas que desde su racionalidad ella misma ha creado. Nos enfrentamos a una crisis, para la cual la sociedad occidental no tiene ya una solución. Pero la humanidad tiene que hacer el esfuerzo de seguir adelante inventando nuevos ideales.
Es desde esta perspectiva que se amerita de la participación de aquellos hombres aficionados del corazón, los que todavía sueñan y se conmueven, los que poseen imaginación, fantasía y buenos sentimientos. Necesitamos de intelectuales comprometidos con los más nobles ideales que requiere la humanidad. Sin esperar ningún pago a cambio.
La crisis actual que caracteriza la realidad contemporánea venezolana nos obliga a volver la mirada sobre la obra de uno de sus más ilustres humanistas: Luis Beltrán Prieto Figueroa. Humanista por la verdad y profundidad de sus saberes, lo fue también por centrar en el hombre y su destino su amplia bibliografía y trayectoria política y educativa. La novedad de su humanismo radica en que rebasó los ámbitos académicos y las aulas convencionales para irse a la calle, traducirse en acción ciudadana e influir en el espíritu y conducta del hombre común. Entendió que su vida y la de su generación tendrían sentido sólo en la entrega desinteresada, dado que estaban llamados a retomar los caminos de libertad para el pueblo inspirados en la obra bolivariana.
Esta convicción germinó en él manifestada en las aspiraciones colectivas presentes en su ideario. Entendía que “la vida egoísta es vida en soledad interior, que se hace plena por la inserción en la vida de la comunidad, por la comprensión y el acercamiento.”2Entendió a su vez que la libertad es un compromiso de todos los días y sólo pueden merecerla quien se sienta capaz de defenderla y quien, corazón en mano, ponga a disposición de todo un pueblo el generoso aporte de su fe en un mejor destino para la humanidad.
Para Prieto Figueroa ser hombre y ciudadano es ser una persona de servicio, integrada a la obra de todos en el ejercicio pleno de la libertad, entendida esta como un poder controlado que no admite la invasión de los derechos del prójimo. En este sentido dirá: “El que se cree libre fuera de la convivencia en una organización, sin asumir responsabilidad con nadie es un irresponsable y la irresponsabilidad es una forma de deshumanización que concluye en la esclavitud...No puede alegar derechos quien no asume deberes”
El desarrollo pleno del hombre es en Prieto Figueroa una recurrente preocupación. Para ello concibe al Estado como unidad jurídico-social que contempla la forma y organización de la sociedad, de su gobierno y el establecimiento de normas de convivencia humana. Desde su perspectiva el Estado es la unidad jurídica de los individuos que constituyen un pueblo que vive al abrigo de un territorio y bajo el imperio de una ley, con el fin de alcanzar el bien común5. Para ello se hace necesario propiciar el desarrollo del país a través de la explotación de sus riquezas naturales con el propósito de mejorar la condición humana del pueblo.
Difícil se hace encontrar en la obra del autor, reflexiones de naturaleza teológica; ateo por convicción en la fuerza del conocimiento, constituye la educación en el problema medular de toda su vida. Para él la escuela representa el escenario donde el individuo descubre su potencial transformador y donde se forjan los nobles ideales de justicia y solidaridad. Dirá:
(...) nuestra escuela, por imperativos sociales debe ser progresista, entendido el término en el sentido de una educación para la formación del hombre integral en su postura de miembro de una comunidad, del ciudadano libre y responsable con el desarrollo económico social, capaz de confluir en una mejor y más grande preocupación, no para aprovechamiento de unos pocos sino para mayor beneficio social7.
La carga humanista que debe prevalecer en la escuela encuentra su realización plena en la conjunción con el anhelo democrático del proyecto de vida de Prieto Figueroa. Para él humanizar es democratizar, y democratizar es elevar al hombre y al conjunto de hombres a la superior dignidad de persona y el medio de personalizar, de completar la obra de la naturaleza en el hombre es tarea de la escuela. Por ello expresa que el fin supremo de la educación es “Desarrollar las virtualidades del hombre, colocándolo en su medio y en su tiempo, al servicio de los grandes ideales colectivos y concentrado en su tarea para acrecentar y defender valores que, si fueran destruidos, pondrían en peligro su propia seguridad”
Por ello la orientación de la escuela debe ser la de elevar el nivel de vida de toda la población, no de una parte de ella, sino de toda la humanidad. Orientación que saldando viejas discriminaciones de género y raciales incorpore a hombres y mujeres, negros, blancos e indios a una mejor calidad de vida. En Prieto Figueroa no tienen cabida las afirmaciones hechas por algunos positivistas latinoamericanos que postularon que nuestras desgracias continentales obedecían a causas raciales; a diferencia de ellos y fundamentándose en la ciencia antropológica moderna niega la existencia de “razas puras”, porque la mezcla constante de razas y pueblos ha hecho que las fronteras étnicas se minimicen o desaparezcan. La categoría de “raza pura”, desde su perspectiva, se ha constituido en mito, que lamentablemente ha servido para que mentes criminales justifiquen desde él el holocausto.
La ardua tarea planteada exige a los jóvenes un rol protagónico. Ellos son los llamados a gestar las transformaciones que el mundo reclama. Por eso, con fe inquebrantable en la juventud, Prieto aspira a que “...sus hijos y los hijos de los que han luchado en esta etapa venezolana, puedan asistir a esa época de trabajo creador; demostrando con ello que no han sido inútiles nuestros esfuerzos y nuestro bregar incesante”
Prieto Figueroa, reconociendo a plenitud la fortaleza de la juventud le dedica una de sus obras más importantes y lo hace desde una orientación abiertamente arielista. Y es que vive convencido de que “los jóvenes constituyen un elemento fundamental de creación del mundo nuevo, donde cada cual ocupa el puesto que se hace a la medida de sus aspiraciones”.
Esta devoción por la juventud hace consciente a Prieto Figueroa de un conflicto generacional que ha debido recorrer la historia de la humanidad y que ha sido la garantía del incesante progreso. Conflicto de ideales que cada generación debe enfrentar y defender. “En una misma época viven confundidas varias generaciones. Por ello hay un comenzar constante de la humanidad y de la sociedad. Porque sin ese afán renovador –de los jóvenes– no habría progreso”..
Luis Beltrán Prieto Figueroa parte de la convicción de que no existen verdades absolutas, lo cual lo lleva a rechazar la unanimidad y a colocarlo del lado del cambio por concebir que los hombres están animados por una fuerza de movilidad. Esto lo ubica en la dirección filosófica del relativismo y del pragmatismo, desechando en consecuencia las posibilidades del reposo absoluto en el plano epistemológico. En este sentido afirma:
En posesión como está la humanidad de la técnica moderna, hay que atenerse a la experiencia desechando toda idea de trascendencia. La experiencia nos enseña que todo cambia, que no hay nada fijo en el campo mental ni en el campo espiritual. El pensamiento mismo no es más que un instrumento para la acción. El hombre comienza a pensar cuando tropieza con dificultades materiales que es necesario superar. Por eso la idea no posee más que un valor instrumental. Se trata de una función desarrollada por la experiencia activa y que está al servicio de esa experiencia. El valor de una idea radica por completo en su éxito. Lo verdadero no es a la postre más que una forma de lo bueno.
Conciente del compromiso político que todo intelectual debe asumir con su entorno, lleva adelante una praxis social que lo compromete con el proyecto de construir la democracia venezolana. Concibe su labor docente como militancia en pro de solucionar el analfabetismo, las desigualdades sociales, la pobreza, problemas fundamentales que caracterizan al país con los cuales la edificación de una sociedad justa se hace imposible.
COMPROMISO INTELECTUAL CON LA DEMOCRACIA
Prieto Figueroa constituye uno de los más importantes teóricos sobre la democracia en Venezuela durante todo el siglo XX. Su obra política está alimentada por los supremos ideales de justicia, libertad, solidaridad y fraternidad, que desde tiempos históricos viene cultivando la humanidad.
Conocedor y crítico de la historia de la filosofía, va acumulando aquellos elementos que le permitan fundamentar una verdadera democracia para los venezolanos. Estas ideas se gestan en la lucha contra la tiranía gomecista, culpable del oscurantismo cultural más prolongado de nuestra historia reciente. En medio de este ambiente cultural, la figura de Prieto Figueroa insurge como intelectual criticando la conducta de destacados nombres de las letras venezolanas de principios del siglo XX, entre los cuales destacan Laureano Vallenilla Lanz, José Gil Fortoul y César Zumeta, quienes se constituyen en los teóricos más importantes del positivismo nacional y los justificadores políticos del “orden y progreso” que, según sus pareceres, encarnaba la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien gobernó a Venezuela desde 1908 hasta 1935.
Al examinar la vida y la obra de Luis Beltrán Prieto Figueroa lo primero que llama la atención es su condición de intelectual orgánico que lo convierte en el político más respetado de su época. Producto de concebir la política como necesariamente vinculada a la ética, logró ganarse el respeto de sus opositores y la admiración de los que, como él, creían que otra Venezuela sí era posible.
Para él la política es la ciencia de la dirección de los negocios del Estado que no puede entenderse sin una orientación ideológica que exprese las aspiraciones populares. Sin reparos dirá que es necesario “(...) mantener la política a la altura de las ideas, liberándola de la acción de los (...) desprovistos de iniciativas y carentes de ideales,...es labor de exaltación del noble espíritu que lleva al político hasta la dirección, no para el beneficio, sino para el servicio de una causa, la causa del pueblo”.
El político es aquél consustanciado con los ideales y aspiraciones del grupo humano que dirige. “En él la multitud, mejor, el pueblo, se siente realizado”14. No existe en la apreciación hecha por Prieto Figueroa, la posibilidad de que el político anteponga intereses personales a la felicidad de la comunidad que cifró sus esperanzas en él. En este sentido afirmará: “(...) el desinterés es la virtud cardinal del político auténtico. Su ambición suprema es el servicio y mientras lo presta en la mejor calidad y con la mayor extensión se siente más satisfecho, más dueño de sí, más dueño de la opinión, que al bien recibido responde confirmándole en el respeto, adhesión y consideración a su actividad ductora”.
Necesariamente el político es un hombre de acción, y quien actúa corre el riesgo de equivocarse; sólo aquellos ensimismados en sus ideologías, nunca se equivocan. Consciente de esto, Prieto Figueroa considera que la virtud también debe expresarse en la capacidad de corregir, a tiempo, los errores. Y es que hacer política implica vivirla en todos sus peligrosos contratiempos y en todas sus hermosas perspectivas, mirando el porvenir, pero afincado en las realidades del presente.
Iniciando su acción política desde el ámbito magisterial pronto protagonizó junto a Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Gustavo Machado, entre otros, una de las más nobles luchas del pueblo venezolano: la instauración de la democracia. Conocedor de las propuestas ideológicas de organización del Estado, nunca vaciló en defender la democracia como el sistema más idóneo para satisfacer los anhelos populares.
Socialdemócrata confeso defendió la primacía del bien colectivo sin perjuicio del ejercicio individual de la libertad. Acepta del marxismo “las tesis que son válidas como medio de investigación de la realidad social venezolana”16, pero sin apego incondicional a sus principios doctrinarios, pues con vehemencia decía “no aceptamos al marxismo como un dogma”17, ni lo que signifique o conduzca al sacrificio de la libertad. Prieto Figueroa concibió el socialismo como
(...) una doctrina de realización plena del hombre, que no puede existir sino en libertad. La defensa de los derechos humanos, es el meollo del verdadero socialismo. Cuando se limita la libertad de expresión del pensamiento, se restringe la organización política de los ciudadanos y se niega su participación en la dirección social, así se contradice el socialismo18.
Y es que en el ideario político de Prieto Figueroa la democracia y el socialismo, son una sola y misma cosa, porque el socialismo es democrático o no es como sistema político y de vida.
Para Prieto Figueroa la intolerancia filosófica y política nace de una posición espiritual dogmática. Para él quien se cree portador de verdades absolutas no admite otros caminos y niega razón y derecho a aquéllos que disienten. Esta práctica ideológica de intolerancia está presente, tanto en los credos religiosos como en las doctrinas políticas que se edifican sobre la herencia de los Torquemadas19.
Sumado a esta convicción, encontramos en su obra el rechazo contundente al recurso de la violencia, lo que le hace partícipe de la revolución pacífica, expresando que mediante un proceso de organización del pueblo pueden lograse las transformaciones, no sólo sociales, sino en la mente de los hombres. Éste es para él el verdadero camino.
El proceso, verdaderamente revolucionario, es el que realiza las más caras reivindicaciones populares. La libertad y el respeto al hombre constituyen los cimientos sobre los cuales ha de construirse todo movimiento transformador. Para Prieto Figueroa, quienes no creen en el hombre ni en su libertad representan las viejas formas dictatoriales de sometimiento y esclavitud aún cuando asuman pomposos nombres renovadores20.
En oportunidad de referirse al movimiento revolucionario guatemalteco de la década de los años 60, sin deslegitimar la razón de combatir con las armas al gobierno de su país, consideró innecesario el asesinato de un diplomático alemán. Violencia innecesaria –dijo–
(...) y sobre todo perjudicial para el prestigio de los grupos revolucionarios de toda América que pugnan por establecer gobiernos respetuosos de la dignidad humana, centrados en el proceso de hacer popular la justicia, de liberar a nuestros pueblos del colonialismo y de la explotación de nuestra riqueza en beneficio de oligarquías nacionales y extranjeras.
Cofundador de varios partidos políticos, entre los que destaca Acción Democrática, procura pronto desligarse de lo que consideraba eran prácticas de la política burguesa para crear otra organización que sirviera de dique a las desviaciones de la democracia representativa ocupada, por lo que consideraba intereses antipopulares. Esta actitud beligerante lo convirtió en el intelectual más influyente de la opositora propuesta de instaurar una democracia participativa. Noción que atormenta aún las mentes de la oligarquía venezolana.
Ocasión lamentable, aunque propicia, fue el derrocamiento de Salvador Allende para que Prieto Figueroa pusiese su atención en una de las tesis políticas más deshumanizadas que existen: el fascismo. Encarnada en Hitler y en la España de Franco –dice– esta ideología representa la mayor afrenta al pensamiento libre y la expresión más idónea de toda oligarquía. Conmovido por la suerte del pueblo chileno exclama “El golpe de Estado contra Allende, es la salida de la ambición rencorosa de la oligarquía y del imperialismo que ha usado el brazo armado de una de sus facciones, que son los militares”.
Prieto Figueroa estuvo siempre claro en la comunidad de intereses que alimentan a las oligarquías nacionales latinoamericanas y al imperialismo de los Estados Unidos del Norte, por ello, el odio desatado de los poderosos se manifestó cuando la Unidad Popular chilena expropió a las compañías extranjeras, a los latifundistas y a los empresarios con sus bancos.
Similares aspiraciones inspiraron su quehacer político. Enérgicamente nacionalista, concibió su organización –Movimiento Electoral del Pueblo– como un partido que entre sus prerrogativas ideológicas contemplaba el nacionalismo liberador y revolucionario, entendido éste como el propósito de elevar “el nivel de vida material y cultural del pueblo poniéndolo en condiciones de producir y promover un desarrollo independiente”..
Para Prieto Figueroa, la liberación nacional es exigencia fundamental del proceso de transformación que viven los pueblos subdesarrollados. Se trata de sacudir la coyunda que impuso un colonialismo que ocupó materialmente diversos sectores del mundo y los explotó o que directamente estableció sobre ellos una dominación económica y social. Es un requerimiento del mundo contemporáneo, y para ello contribuye el nacionalismo como etapa previa para establecer un régimen revolucionario en el cual los beneficios del desarrollo estén al servicio de los pueblos y no de castas o de grupos oligárquicos.
Alertaba en sus líneas sobre esta apremiante tarea, convencido de que había que rescatar del imperialismo y de manos oligárquicas sectores importantes de la economía venezolana. Ello requerirá, según lo expresa,
(...) la lucha tenaz, pero lentamente, con apoyo de las grandes masas, ese pensamiento habrá de imponerse para alcanzar el bienestar del pueblo desposeído, de los desplazados y de los marginados a quienes no alcanzan los beneficios de una riqueza manipulada por sectores pequeños.
Venezuela históricamente ha dado muestras de su coraje para enfrentarse y derrotar la dominación, hoy –dice Prieto– “el neocolonialismo lo ha dominado todo: vida económica, vida social, vida política y vida cultural”25, por lo que se debe retomar el camino bolivariano para hacer del país la patria común, libre y soberana.
El liderazgo mundial, desplazado hoy a naciones que aparecen dotadas de poder para imponer sus puntos de vista, está lejos de reunir la voluntad y consentimiento de los pueblos. Y es que el imperialismo, “(...) que pretende llevar sus influencias por encima de sus fronteras, conspira contra la seguridad y contra la libre determinación de los países pequeños, presas del temor de perder su soberanía real, para entrar en un coro de voces apagadas”.
Afortunadamente, afirma con vehemencia Prieto Figueroa, “(...) existe hoy un despertar de la conciencia nacional. Asistimos a un proceso de constitución de las nacionalidades con un nuevo sentido de la autonomía y del autogobierno, que sólo puede adquirirse en la independencia”.
Convencido se muestra el autor que luego de roto el lazo de sometimiento, cada pueblo será capaz de labrar su propia personalidad, a fin de presentarse en el coro internacional de los pueblos con su voz intransferible. Cada pueblo está obligado a forjar su propia historia, hacer su propio gobierno, como expresión de un destino noble y decoroso, porque –dice Prieto– tiene derecho a esa forma creadora de actividad, sin someterse a módulos extraños que les han sido impuestos.
En el respeto mutuo está la clave del asunto, cuando se encuentran dos culturas o pueblos diferentes deben establecerse relaciones económicas libremente consentidas, que no impliquen el vasallaje cultural, ni la violación más mínima de los derechos humanos. Se trata en todo caso del derecho que todo pueblo tiene a construir su propio destino. Entrañablemente bolivariano, Prieto Figueroa prosigue alertando contra el panamericanismo. Cree que en esa idea el germen fundamental es el de la regimentación bajo el pensamiento rector del imperialismo norteamericano, heredero de la doctrina Monroe.
Para él, el panamericanismo difiere de la idea bolivariana, porque es sólo la concreción de la política comercial internacional de los Estados Unidos. Es, además, el recurso que implementa el imperio para mantener el predominio sobre pueblos incapaces de unirse para su defensa baja la égida del pensamiento liberador de Simón Bolívar29. Reconoce a su vez, en la integración latinoamericana, la fortaleza para que la ignominia de ser sometidos no perviva por más tiempo en nuestro continente.
Hoy, cuado parece inminente la implementación de un acuerdo de libre comercio (ALCA) entre todos los países de América, la palabras de Prieto cobran vigencia profética. Este acuerdo que hoy nos imponen desde el norte constituye otro de los experimentos de penetración económica y cultural que los poderosos del hemisferio intentan poner en práctica para subordinarnos a sus designios políticos y militares. Pero como en todos los tiempos, hoy también existen voces disonantes que intentan prever las nefastas consecuencias que dicho acuerdo traería para la soberanía de los países al sur del río Grande y pregonan la integración latinoamericana como el camino más oportuno para consolidar nuestra independencia y progreso económico.
POR EL DERECHO DEL PUEBLO A LA EDUCACIÓN
En el ideario de Prieto Figueroa, la educación es el aspecto más relevante: es desde allí que se producen todas sus reflexiones que intentan dar una explicación a la realidad venezolana para luego transformarla. Docente desde muy joven, experimentó las calamidades que, en la primera mitad del siglo XX, caracterizaban el sistema educativo y asumió el compromiso político de presentar claras alternativas que terminaran con la concepción de la educación como un privilegio de castas, para transformarlo en un derecho de todos. “Maestro Prieto” es el nombre con el que se le recuerda, reconocimiento que lo convierte en referencia obligatoria para comprender la historia educativa contemporánea de Venezuela.
Inspirado fuertemente por la obra de Simón Rodríguez, la convierte en referencia obligatoria de sus reflexiones. Al igual que él, Prieto se escandaliza por el abandono, que en materia educativa además de la económica, se encuentran los pobres de la patria. Hacía suya la idea de que “Entre tantos hombres de juicio, de talento, de algún caudal como cuenta la América; entre tantos bien intencionados, entre tantos patriotas, no hay uno que ponga los ojos en los niños pobres”.30 Reflexión que dirigía para criticar las propuestas que los intelectuales gomecistas desarrollaban en materia educativa, los cuales hablaban de una escuela democrática sin tomar en cuanta que a la mayoría de los venezolanos se les negaba el acceso a ella.
Además de beber de las fuentes robinsonianas, Prieto se convierte en militante de la concepción pedagógica de la Escuela Nueva, entendió que por imperativos sociales la educación que exigía nuestra realidad necesariamente tendría que ser progresista. Entendiendo el término en el sentido de una educación para la formación del hombre integral en su postura de miembro de una comunidad, del ciudadano libre y responsable con el desarrollo económico social, capaz de incidir en el beneficio de todos.
Prieto Figueroa, en su diagnóstico hecho de la historia de la educación en América Latina, considera que su curso ha sido copiado o impuesto por los modelos del quehacer pedagógico de las naciones colonizadoras. Hecho que ha contribuido a que se afirme que somos una prolongación de Europa, lo que a su vez sirve de argumento para negar nuestra autenticidad y lo que el mestizaje de pueblos y culturas aportó al desenvolvimiento de nuestra historia.
Conocedor de la obra de Leopoldo Zea, comparte con él la emergente toma de conciencia que sobre la realidad latinoamericana vienen conquistando los pueblos allende el mar océano. Para Prieto la historia es algo que hacen todos los pueblos, y la nuestra, gracias al mestizaje, nos coloca en una situación especial desde la perspectiva cultural.
Es esa toma de conciencia la que obliga a la revisión del sistema educativo y de los fundamentos teóricos sobre los cuales se ha construido éste. En Venezuela la organización de la educación tuvo sus inicios esclavistas en la encomienda y bajo el patrocinio de los misioneros católicos, que intentaron la catequización de los indios para incorporarlos, ya mansos, a la explotación de un continente. Luego, precisa Prieto, la condición de pueblo explotador de materia prima nos mantuvo en la incultura, dado que esas explotaciones no ameritaban de mano de obra calificada. Quienes desde entonces accedían a la escuela eran una minoría, aquellos que podían pagar por su educación. Este privilegio de casta, acuñó sobre el trabajo una percepción negativa, contribuyendo a la formación de una clase intelectual parasitaria que vivía a expensas de los que trabajaban el campo o la mina. Más tarde, con el advenimiento de independencia, se mantuvo el régimen educativo heredado; sin embargo, la revolución liberal de mediados del siglo XIX, dio pasos importantes en la democratización de la educación, consagrándose en casi toda América latina la educación gratuita y obligatoria31. Al menos así se puede constatar en los marcos legales de la época, a pesar que la realidad distaba mucho de esas buenas intenciones. La inestabilidad política que nos caracterizó durante la mayor parte del siglo XIX, sucedió en el poder a muchos caudillos que, desde sus perspectivas elitescas, continuaron concibiendo la educación como un privilegio de pocos. A una dictadura derrotada muchas veces sucedió otra más bárbara, pero el pueblo –afirma Prieto– siguió alentando sus deseos de libertad, sus ansias de cultura y sus propósitos de salir de la miseria.
Para el maestro la educación, cuando es expresión de una clase dominante tiende a formar individuos para perpetuar sus intereses. De allí que siendo el clamor de su generación la instauración de la democracia, la educación necesariamente tenga que ser democrática. Ella tendrá por fin formar ciudadanos aptos y productivos, de espíritu democrático, respetuosos de los derechos de los demás y celosos defensores de los propios derechos32.
En su opinión se trata de crear una nueva manera de comprender la formación del hombre dentro de un medio nuevo, con tareas nuevas. Se trataría de aplicar, lo que denominó humanismo democrático, cuyas tareas definió en la forma siguiente:
Formar al hombre en la plenitud de sus atributos físicos y morales, ubicado preferentemente como factor positivo del trabajo de las comunidades. Capacitar para la defensa del sistema democrático dentro del cual tienen vigencia y son garantizados los derechos civiles y políticos esenciales de la personalidad humana y capacitar para el trabajo productor mediante el dominio de las técnicas reclamadas por el desarrollo técnico de la época”.
Según estas definiciones se trataría de formar un hombre que no fuese como los productos del humanismo clásico, un ser con la mirada fija en el pasado, lleno de teoría, de principios sin aplicarlos al quehacer contemporáneo, ni de la formación de un técnico deshumanizado, incapaz de comprender el ligamen de solidaridad entre los hombres que trabajan juntos para alcanzar el progreso, no para el beneficio individual solamente si no para el beneficio de todos. Prieto cree que esa formación necesariamente incidirá en el desarrollo de una conciencia que lo capacite para luchar contra la explotación del hombre por el hombre y para alcanzar con la liberación individual la liberación nacional.
Antecedentes de estas ideas se encuentran en la obra del prócer de la independencia cubana José Martí, para quien la educación debía estar orientada a elevar la dignidad del hombre a través de su compromiso con los pobres de la tierra, pero además debía asumirse el compromiso con el progreso técnico que los pueblos de nuestra América requerían para salir del atraso que los hacía presa fácil de la dominación imperial.
Todas estas apreciaciones sobre la educación que se requería en la Venezuela postgomecista, llevó a Prieto Figueroa a elaborar el Proyecto de Ley Orgánica de Educación Nacional, sancionado por el Congreso en 1948, desde una orientación humanista de masas, en contraposición con el humanismo burgués, dirigido –según afirma– a las élites de los que estaban en posición de predominio por su riqueza o por su poder.
En Venezuela, hasta entonces –consideraba Prieto– la educación había tenido un fuerte carácter de educación de castas. Estuvo circunscrita a reducidos núcleos humanos, de allí que frente a una pequeña élite que disfrutaba del poder y de la riqueza, tuviéramos una inmensa masa analfabeta que representaba el 59%, de la población. Teníamos –reitera Prieto Figueroa– teóricamente una educación gratuita y obligatoria, que en la práctica no contaba con el número de escuelas suficientes y que representaba grandes esfuerzos económicos de quienes pretendían alcanzar niveles culturales que otros con gran facilidad conseguían por su posición económica o por su proximidad al poder.
Esta alarmante situación lo llevó a impulsar su tesis del Estado Docente, entendiendo por ello la filosofía que compromete a todo Estado a orientar su educación desde la perspectiva ideológica sobre la cual se fundamentan sus instituciones. De allí que un Estado democrático, por imperativos políticos y sociales, necesariamente tendrá que propiciar una educación democrática. Sumado a esto, el Estado debe asumir plena responsabilidad en materia educativa, para lo cual debe garantizar los recursos humanos y económicos necesarios para garantizar el acceso y la permanencia del pueblo en el sistema educativo.
Idéntica idea expresará un gigante de la pedagogía moderna norteamericana: John Dewey, en su libro Educación y Democracia publicado en 1916 y tenido como su obra fundamental. Para él la educación democrática debía ofrecer a todos facilidades escolares con amplitud y calidad, para que de hecho, y no solamente de derecho se suprimieran las injusticias causadas por las desigualdades económicas. Desde esta perspectiva, todo Estado responsable debe asumir como función inherente a sus atribuciones la educación, lo que a su vez le garantizará formar ciudadanos con conciencia de pertenencia a una patria. Prieto, como ningún otro pedagogo venezolano del siglo XX, supo interpretar los soportes ideológicos de los regímenes políticos que se sucedieron a lo largo de esa centuria. Para él los regímenes liberales y “democráticos burgueses” olvidaron el derecho del pueblo a la educación, y lo que se hizo en materia educativa nunca fue suficiente para elevar la dignidad del pueblo a través del acceso a la cultura y el trabajo.
Él nos muestra que la lucha por la democracia es inseparable de la lucha por la educación del pueblo con calidad y sentido nacional. Como demócrata, se opuso a que, por su orientación exclusivista, el sistema educativo sirviera de instrumento de dominación social, reproductor de las desigualdades económicas y culturales que se convierten en el soporte de los regímenes antipopulares.
Los principios de la Escuela Nueva, de donde se nutre gran parte de la teoría pedagógica de Prieto, lo llevan a postular una escuela que eduque en libertad y en el amor a la justicia y a la ley para enseñar a los venezolanos a vivir socialmente en libertad y en paz. De modo que su vocación por la libertad y la justicia fueron los móviles que amasijan su credo filosófico.
Dentro de esta fuerte convicción, el maestro asume el principio de la socialización de la educación que persigue el propósito de insertar la escuela en el medio social de modo que el régimen de estudio y de trabajo del plantel se deben ordenar como mecanismos de acción social, proyectándose en consecuencia el aprendizaje en función colectiva37.
Los antecedentes latinoamericanos de esta propuesta se encuentran en los aportes pedagógicos de Simón Rodríguez, para quien “Formar hombres para la sociedad –implica– conocer la sociedad para saber vivir en ella”38. El fin de la educación es la sociabilidad, y el de la sociabilidad –apunta– “hacer menos penosa la vida”39, por lo que impulsará implantar un sistema democrático de educación popular. Así golpeando contra los muros de su tiempo, exigirá un derecho que tardará más de medio siglo para que se consagre en América: la obligatoriedad de la educación. En este sentido dirá “la sociedad,...debe no sólo poner a disposición de todos la instrucción, sino dar medios para adquirirla, tiempo para adquirirla, y obligar a adquirirla”.
La propuesta pedagógica robinsoniana concibe la noble misión de la escuela como un acto constructor de vida, que en una sociedad como la suya aún marcada por siglos de opresión, de Santo Oficio y pureza de sangre, de castas, privilegios y esclavitud, implicaba levantar la consigna de la igualdad social.
Dentro de esa misma perspectiva pedagógica, si ésa no era la orientación de la educación democrática, dirá Prieto, el ideal democrático de la educación será una ilusión y, hasta una farsa trágica. Porque de lo que se trata es de romper con el pasado que excluye y oprime al pueblo, negándole su derecho a la educación.
Para Prieto, desde esta perspectiva, todo Estado responsable y con autoridad real asume como función suya la orientación general de la educación. Esa orientación expresa su doctrina política y en consecuencia, conforma la conciencia de sus ciudadanos. Cuando se está en una sociedad democrática, esa orientación general no debe responder a sectores y grupos de particulares sino al interés de las mayorías. Este deber del Estado no puede ser delegado en otras organizaciones particulares porque ellas, tienden a favorecer sus propios intereses de grupo. Luego –sentencia– la educación como función pública es función del Estado Nacional.
Estas ideas sobre la potencialidad de la educación para producir cambios y crear valores para la renovación, la relaciona Prieto Figueroa con el grado de perfectibilidad de la democracia que la hace fecunda para generar nuevos gérmenes de progreso e implantarse como sistema satisfactorio de vida. En este sentido dirá:
En una sociedad dinámica, como lo es o debe serlo la sociedad democrática, la función de la educación no es sólo conservar los bienes y valores tradicionales, sino promover el cambio, propiciar el progreso, que sólo se realiza por el aprovechamiento de los elementos de las creaciones anteriores para crear cosas nuevas, bienes y valores nuevos.
Y más delante agrega: “En la vida democrática, el cambio es lo característico, y la educación debe preparar a las generaciones para adaptarse cada día a los cambios sucesivos.
Siendo el bienestar humano una constante en el ideario de Luis Beltrán Prieto Figueroa, se puede apreciar en los dos textos anteriores la posición que asume con respecto a la democracia como el único sistema político capaz de garantizar el progreso y el bienestar social desde una perspectiva educativa comprometida con los clamores populares que exigen la construcción de una sociedad dinámica, garante de los derechos del hombre.
POETA DE LA VIDA
Este progresar constante estuvo presente también en su obra poética; para este intelectual longevo la literatura y la poesía deben responder a las exigencias del tiempo. Telúrico en sus líneas, expresó su compromiso con los suyos describiendo la miseria de su tierra natal, al momento que alentaba sobre un mejor porvenir que ameritaba del empuje de todos. Decía el maestro “El camino no es más corto, porque tú corras en él. Cuando se acaba el camino, se termina el caminar”.
Conocedor de la literatura universal y latinoamericana, recomienda la lectura de los textos que contribuyeran a elevar la dignidad44. Amigo personal de Andrés Eloy Blanco, convino en que “la poesía y la vida literaria no tenían como único objetivo el cultivo de la belleza que se encierra en las palabras, sino que, para él, ser poeta es una manera de sufrir, es una forma de entregarse por entero a la acción que los demás reclaman, al trabajo constantes para resolver la miseria de los que sufren”.
Se opuso con vehemencia a los hombres que se consagran al arte puro que aleja a los intelectuales del servicio del pueblo. La literatura no puede ser un fin en sí misma, quien escribe necesariamente asume un compromiso colectivo. Este compromiso puede ser con los poderosos de la tierra o con los que claman justicia y libertad. El poeta –afirma– se debe a su pueblo.
Profesó gran admiración por la obra de Pablo Neruda, creyó que su muerte se precipitó cuando en Chile se enseñoreó la barbarie y se mancillaron todos los derechos, cuando las sombras cubrieron el destino de su pueblo. Cantor de su pueblo y de su raza, toma de su tierra el aliento que lo hace cantar a toda América como ningún otro poeta antes. La muerte de Neruda resta a Chile, a América y a la humanidad un esforzado combatiente de las letras, pero su voz de luchador, sus poemas demoledores de tiranos, su arco tendido seguirán disparando flechas de encarnecidas repulsas. He allí cuando la poesía transciende.
Similar destino le ha de deparar el futuro a la obra de Luis Beltrán Prieto Figueroa. El compromiso manifiesto en toda su literatura, lo convierten en una cita obligatoria para todo aquel que pretenda enfrentar la realidad venezolana. Volver sobre sus poemas es comprender el dolor de un pueblo que -olvidado por sus dirigentes- siempre encontró los caminos de expresar grandes esperanzas sobre un futuro mejor.
Si hoy resulta difícil encontrar trabajos donde se analicen los aportes políticos y literarios de la obra del maestro, esto no será permanente. Seguro estamos que las nuevas generaciones surcarán las sendas teóricas que labró este insigne intelectual venezolano. Y es que su obra aborda la problemática de millones de seres humanos que sobre la tierra aún luchan por vivir en verdadera democracia y por tener acceso a la cultura sin discriminaciones de ninguna naturaleza.

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